La caballería propia, principalmente caballería ligera, estaba compuesta por expertos jinetes a lomos de rápidos y briosos caballos árabes y tenía la misión de esperar, envolver y atacar de flanco y regresar a una orden dada o perseguir y destruir al enemigo en fuga, evitando el enfrentamiento abierto con la caballería pesada cristiana, a la cual solo provocarían a distancia gracias al empleo del arco en masa.
Al contrario de sus oponentes, los ingobernables caballeros cristianos, a lomos de sus pesados caballos, poco amigos de recibir órdenes, donde prima la individualidad y el valor personal que los haga destacar del resto en la batalla, siempre en busca de una sustanciosa recompensa, la caballería almorávide sabía trabajar en equipo y responder disciplinadamente a las órdenes recibidas. Se movían con una rapidez y agilidad en el campo de batalla incapaz de ser igualada por la caballería ligera cristiana, fuerza creada de propio tiempo atrás, para contrarrestar los efectos de la caballería andalusí, que empleaba ya unas tácticas similares conocidas como el tornafuye (gira y huye).
Pero además, la caballería almorávide contará con lo que podríamos llamar una fuerza de especial de choque, desconocida hasta el momento por los cristianos, a los cuales causará una desagradable sorpresa: los camellos de guerra, unos animales por los que los caballos sienten una animadversión ancestral (os recomendamos ver la entrada "Camellos de combate").
Pero vayamos ya con momento de la batalla.
23 de octubre 1086, la batalla de Sagrajas
A primera hora de la mañana, divisado el enemigo, el rey Alfonso al mando de sus tropas, a las que se han unido cierto número de tropas procedentes del Reino de Aragón con el infante Pedro, hijo del rey Sancho Ramirez al frente, ordena una carga frontal que será dirigida por su alférez real, Álvar Fáñez.
Se enfrentan a las fuerzas de las taifas de Sevilla, Badajoz Granada, Almería y Málaga, además de las fuerzas aliadas almorávides de Yúsuf ibn Tasufín quien, en último término estaba al frente de todas las fuerzas de la coalición. Tasufín había dividido estas fuerzas en tres grandes unidades. Al frente, la primera y más nutrida de estas divisiones, estaba comandada por Abbad III al-Mu´tamid, rey de la taifa de Sevilla, e incluía un combinado de fuerzas de las distintas taifas. La segunda bajo el mando directo del propio Tasufín y la tercera quedaban ocultas tras una colina y en reserva.
La carga de Fáñez fue muy contundente, como cabía esperar, y desbarató pronto las filas de la coalición andaluza. Muchos soldados huyeron, siendo perseguidos por la caballería cristiana. Los andaluces buscaban refugio seguro tras las murallas de la cercana ciudad de Badajoz. Al-Mu´tamid, su líder, gravemente herido, no obstante resistió el embate, rodeado de sus más fieles hombres. Hacia ellos se dirigía ahora el grueso de las fuerzas cristianas. Esta segunda división cristiana, al frente de la cual se encontraba el propio rey Alfonso logro penetrar el débil frente que todavía defendía la posición andaluza.
Tasufín, que hasta el momento había dejado hacer, sin mover ficha, pretendía astutamente que sus aliados se desgastaran por completo en la batalla para tener el campo libre en la península más adelante. Sin embargo vista la delicada situación y más allá deseando prolongarla hasta la extenuación total de los contendientes en liza, decidió enviar cierto número de sus tropas al frente de Sîr ibn Abî Bakr a reforzar las posiciones andaluzas. Estaba atardeciendo.
Tasufín creyó el momento de aprovechar su ventaja numérica y lanzarse con el grueso de sus fuerzas, todavía intactas, en un movimiento envolvente en dirección a su campamento, en retaguardia, que hiciera luchar al ya castigado enemigo en dos frentes. El incesante estruendo de los tambores, los salvajes gritos de guerra de la Guardia Negra de Tasufín, y aquellos extraños animales que tanto atemorizaban a los caballos cristianos, los hacían ingobernables. Pero unido a esto, la desproporcionalidad numérica de un enemigo que a esas alturas de la batalla se presenta fresco al combate, pasaron rápidamente factura a los agotados soldados cristianos. La batalla se convirtió en una auténtica carnicería, un sálvese quien pueda, del que apenas pudieron salvarse unos pocos caballeros, que cerrando filas alrededor de su rey, malherido gravemente, consiguieron escabullirse de la sangría al anochecer.
Partiendo en dirección a Toledo, ocultos por la oscuridad de la noche encontraron finalmente refugio en la ciudad de Coria. Al amanecer, a la hora del recuento apenas unos cientos de caballeros habían conseguido reunirse en torno al rey. También habían conseguido salvarse una buena parte de los elementos de caballería ligera de cuantos salieron en persecución de los soldados enemigos huidos hacia Badajoz, pues a su regreso al campo de batalla, juzgaron más sensato quedarse al margen de la carnicería.
Sagrajas supuso un durísimo varapalo para las fuerzas cristianas que tan diezmadas por la derrota, tardarán mucho tiempo en reponerse. No obstante, la pérdida de territorio fue mínima pues, el anciano Tasufín hubo pronto de regresar a sus dominios. al recibir la noticia de la muerte de su heredero.
La nueva situación política llevó a las distintas taifas a plantar cara ante el rey Alfonso y dejar de pagarle tributos (llamados parias), con ello estrangulaban su principal fuente de ingresos, sin la cual, este será incapaz de rehacer su ejército en años.
Pero los mermados ejércitos de taifas tampoco se encontrarán en mejores condiciones. Reducidos casi a la nada tras la victoria de Sagrajas serán incapaces de defender sus propios territorios cuando llegue el momento. Como calculaba el astuto Tasufín, las taifas hispanas están ahora a su merced.