viernes, 23 de octubre de 2020

Batallas de la Edad Media: Sagrajas 1086


Tal día como hoy...

 un 23 de octubre del año 1086 tenía lugar, muy cerca de la ciudad de Badajoz, la batalla de Sagrajas, también conocida por la batalla de Zalaca o Zallaca.




Hoy no  entraremos en la típica guerra de cifras sobre cual fue el número de contendientes total (las cifras manejadas hasta hace unas décadas sugerían los 60.000 hombres, hoy muchos historiadores la rebajan a una más modesta y realista de unos 30.000) ni de cuantos en cada bando (aunque se acepta con cierta unanimidad una proporción de 3 a 1 a favor del bando musulmán), ni en descripciones demasiado literarias, para esta ocasión.  Hemos optado por reducir la parte narrativa de la batalla, y poner el acento en el análisis de los pormenores, en los detalles grandes y pequeños, que puedan escapar a una lectura convencional.


Un poco de Historia

Como ya decíamos en una anterior entrada, en el año 1002 en la Península Ibérica, tras la muerte de Almazor, general en jefe de los ejércitos del débil Hixem II, se apodera del trono de Al- Andalus, Solimán, un usurpador cuya ambición personal cubrirá de sangre su reinado, hasta ser finalmente asesinado. Los nobles cordobeses nombran entonces al omeya Hixem III, pero es todavía más calamitoso que el segundo de los Hixem, por lo que pronto, la anarquía, destruirá la unidad árabe en España. Se crearán los llamados Reinos de Taifas. Casi cada ciudad o pueblo de Al-Andalus se proclama independiente, poniendo a su frente a notables locales. Ahora tras esta ruptura, los pequeños ejércitos de las distintas taifas serán incapaces de hacer frente a los enormes ejércitos cristianos de Aragón, León o Navarra.

Tras rendir importantes plazas como Segovia, Ávila, Salamanca, o Coimbra, en el año 1085 tras un largo asedio, Alfonso VI de Castilla conquistará finalmente nada menos que Toledo, la capital de la principal taifa de la península ibérica. Las cosas se estaban poniendo feas para los musulmanes. Es entonces cuando las taifas llaman en su ayuda a los almorávides.


En sus inicios los almorávides surgen como una secta fundamentalista islámica bereber del Sahara Occidental hacia mediados del siglo XI. El término original árabe murabit acuñado posteriormente no parece hacer referencia a una tribu en particular, sino a una especie de sentimiento de fervor religioso y de compromiso a defender su causa. De este modo se conocerán  en nuestra península como almorávides al conjunto de tribus unificadas que atravesaron el estrecho en el 1086, en principio, en auxilio de las Taifas en respuesta a los distintos llamamientos de ayuda enviados por algunos reyes de taifas al parecer ya desde el año 1079.
Con la caída de Toledo y peligrando la taifa de Zaragoza (hacia donde se encamina ahora Alfonso) los cabecillas de las taifas de Sevilla, Badajoz y Granada no con pocas reticencias pero adivinando correr la misma suerte,, se vieron en la necesidad de solicitar la ayuda almorávide a cambio claro esta de un pequeño "tu por mí...", la cesión de Algeciras a las nuevas fuerzas aliadas, para el establecimiento allí de una base de operaciones segura desde donde desembarcar, abastecerse y organizar sus fuerzas.

Conozcamos un poco más de cerca a estos nuevos aliados.

El ejercito almorávide que desembarca en Algeciras ya no es una simple amalgama de tribus afro-bereberes. Están bien cohesionados, entrenados y equipados. Se sirven de distintas banderas para comunicarse y transmitir las diferentes órdenes en plena batalla con bastante eficacia. Utilizan el estruendo de cientos de tambores como elemento atemorizante. La falange clásica como sistema de defensa y protección de la caballería propia. Sus disciplinadas tropas, mayoritariamente de infantería están equipadas con largas lanzas que apoyan en el suelo, mientras se cubren el cuerpo con grandes escudos formando hileras muy compactas que presentan al enemigo una infranqueable barrera erizada de picas, tras la cual una segunda franja de guerreros armados de jabalinas rechazarán cualquier carga de caballería apoyados por una tercera compuesta por arqueros. Como arma cuerpo a cuerpo es de uso común la temible alfange, una pesada espada de un solo filo capaz de causar estragos de un solo tajo.

La caballería propia, principalmente caballería ligera, estaba compuesta por expertos jinetes a lomos de rápidos y briosos caballos árabes y tenía la misión de  esperar, envolver y atacar de flanco y regresar a una orden dada o perseguir y destruir al enemigo en fuga, evitando el enfrentamiento abierto con la caballería pesada cristiana, a la cual solo provocarían a distancia gracias al empleo del arco en masa.

Al contrario de sus oponentes, los ingobernables caballeros cristianos, a lomos de sus pesados caballos, poco amigos de recibir órdenes, donde prima la individualidad y el valor personal que los haga destacar del resto en la batalla, siempre en busca de una sustanciosa recompensa, la caballería almorávide sabía trabajar en equipo y responder disciplinadamente a las órdenes recibidas. Se movían con una rapidez y agilidad en el campo de batalla incapaz de ser igualada por la caballería ligera cristiana, fuerza creada de propio tiempo atrás, para contrarrestar los efectos de la caballería andalusí, que empleaba ya unas tácticas similares conocidas como el tornafuye (gira y huye).

Pero además, la caballería almorávide contará con lo que podríamos llamar una fuerza de especial de choque, desconocida hasta el momento por los cristianos, a los cuales causará una desagradable sorpresa: los camellos de guerra, unos animales por los que los caballos sienten una animadversión ancestral (os recomendamos ver la entrada "Camellos de combate").





Pero vayamos ya con momento de la batalla.


23 de octubre 1086, la batalla de Sagrajas


A primera hora de la mañana, divisado el enemigo, el rey Alfonso al mando de sus tropas, a las que se han unido cierto número de tropas procedentes del Reino de Aragón con el infante Pedro, hijo del rey Sancho Ramirez al frente, ordena una carga frontal que será dirigida por su alférez real, Álvar Fáñez.

Se enfrentan a las fuerzas de las taifas de Sevilla, Badajoz Granada, Almería y Málaga, además de las fuerzas aliadas almorávides de Yúsuf ibn Tasufín quien, en último término estaba al frente de todas las fuerzas de la coalición. Tasufín había dividido estas fuerzas en tres grandes unidades. Al frente, la primera y más nutrida de estas divisiones, estaba comandada por Abbad III al-Mu´tamid, rey de la taifa de Sevilla, e incluía un combinado de fuerzas de las distintas taifas. La segunda bajo el mando directo del propio Tasufín y la tercera quedaban ocultas tras una colina y en reserva.

La carga de Fáñez fue muy contundente, como cabía esperar, y desbarató pronto las filas de la coalición andaluza.  Muchos soldados huyeron, siendo perseguidos por la caballería cristiana. Los andaluces buscaban refugio seguro tras las murallas de la cercana ciudad de Badajoz. Al-Mu´tamid, su líder, gravemente herido, no obstante resistió el embate, rodeado de sus más fieles hombres. Hacia ellos se dirigía ahora el grueso de las fuerzas cristianas. Esta segunda división cristiana, al frente de la cual se encontraba el propio rey Alfonso logro penetrar el débil frente que todavía defendía la posición andaluza.

Tasufín, que hasta el momento había dejado hacer, sin mover ficha, pretendía astutamente que sus aliados se desgastaran por completo en la batalla para tener el campo libre en la península más adelante. Sin embargo vista la delicada situación y más allá deseando prolongarla hasta la extenuación total de los contendientes en liza, decidió enviar cierto número de sus tropas al frente de Sîr ibn Abî Bakr a reforzar las posiciones andaluzas. Estaba atardeciendo.

Tasufín creyó el momento de aprovechar su ventaja numérica y lanzarse con el grueso de sus fuerzas, todavía intactas, en un movimiento envolvente en dirección a su campamento, en retaguardia, que hiciera luchar al ya castigado enemigo en dos frentes. El incesante estruendo de los tambores, los salvajes gritos de guerra de la Guardia Negra de Tasufín, y aquellos extraños animales que tanto atemorizaban a los caballos cristianos, los hacían ingobernables. Pero unido a esto, la desproporcionalidad numérica de un enemigo que a esas alturas de la batalla se presenta fresco al combate, pasaron rápidamente factura a los agotados soldados cristianos. La batalla se convirtió en una auténtica carnicería, un sálvese quien pueda, del que apenas pudieron salvarse unos pocos caballeros, que cerrando filas alrededor de su rey, malherido gravemente, consiguieron escabullirse de la sangría al anochecer.

Partiendo en dirección a Toledo, ocultos por la oscuridad de la noche encontraron finalmente refugio en la ciudad de Coria. Al amanecer, a la hora del recuento apenas unos cientos de caballeros habían conseguido reunirse en torno al rey. También habían conseguido salvarse una buena parte de los elementos de caballería ligera de cuantos salieron en persecución de los soldados enemigos huidos hacia Badajoz, pues a su regreso al campo de batalla, juzgaron más sensato quedarse al margen de la carnicería.

Sagrajas supuso un durísimo varapalo para las fuerzas cristianas que tan diezmadas por la derrota, tardarán mucho tiempo en reponerse. No obstante, la pérdida de territorio fue mínima pues, el anciano Tasufín hubo pronto de regresar a sus dominios. al recibir la noticia de la muerte de su heredero.

La nueva situación política llevó a las distintas taifas a plantar cara ante el rey Alfonso y dejar de pagarle tributos (llamados parias), con ello estrangulaban su principal fuente de ingresos, sin la cual, este será incapaz de rehacer su ejército en años.

Pero los mermados ejércitos de taifas tampoco se encontrarán en mejores condiciones. Reducidos casi a la nada tras la victoria de Sagrajas serán incapaces de defender sus propios territorios cuando llegue el momento. Como calculaba el astuto Tasufín, las taifas hispanas están ahora a su merced.