Durante la Alta Edad Media, Europa era una zona relativamente atrasada, dominada por pueblos de origen germánico como los suevos, vándalos y godos o de raza eslava, como los alanos, a los que ya hemos dedicado una anterior entrada, y su sistema militar estaba basado como ya dijimos en lo que podría denominarse la "banda guerrera tribal".
Con la creación del denominado nuevo Imperio Romano Occidental, Carlomagno, coronado emperador por el Papa León III en Roma el 25 de Diciembre del año 800, se instaura un nuevo tipo de status bélico.
Si en el pasado se había impuesto la idea de que todo hombre libre era un guerrero, con Carlomagno se establece un sistema regularizador de reclutamiento por el cual solo una parte de la población campesina sería requerida para el combate en caso de guerra. Los demás continuarían en sus tareas cotidianas como campesinos o artesanos, aunque con el compromiso de contribuir a sufragar los gastos del equipo militar de aquel seleccionado para ir al combate. Esto, a la larga, acabó por dividir a los hombres en dos tipos: los que peleaban y los que trabajaban... y pagaban.
Pronto se vio que resultaba mucho más efectivo un número reducido de guerreros bien equipados e instruidos, que una multitud de campesinos mal armados y desprotegidos.
Y de entre los guerreros, aquellos capaces de combatir a caballo era sin duda la élite de los ejércitos de la época.
Pero los caballos eran muy caros, especialmente los de gran alzada, capaces de llevar encima un guerrero completamente equipado (recordemos de entradas anteriores que solo la cota de malla podría acercarse o sobrepasar los treinta kilos de peso, a los que abría que añadir el peso del casco, la espada y el escudo.
Adiestrar uno de estos animales para la batalla era un proceso largo y costoso. Caballo y jinete tenían que convertirse en uno solo a la hora de entrar en combate. Esquivar, girar, retroceder... Protegerse con el escudo y asestar golpes con la espada, dejaba poco margen de control sobre un animal acosado y maltratado en medio de una batalla campal. Por eso, quien lograba destacar en aquellas caóticas condiciones, merecía una distinción especial. Además estos sobresalientes guerreros requerían de otras necesidades particulares, un segundo caballo más ligero o de marcha para no agotar al caballo de batalla, e incluso un tercero de carga. Y claro está, algún mozo o sirviente que le ayude tanto con el cuidado de los animales, como con el pesado equipo de combate.
Bien hubieran nacido de cuna privilegiada, o bien hubieran sido seleccionados para ello por sus cualidades excepcionales, los guerreros a caballo o caballeros, comenzaban a formar una especie de clase aparte, cada vez más definida.
Por debajo de condes o duques, pero por encima del campesinado, pronto obtendrán de sus señores tierras con las que mantener su status y títulos que se convertirán con el tiempo, en hereditarios.
Con el lento paso de los años, aquellos guerreros a caballo de los primeros tiempos han ido evolucionando y hacia finales del siglo XII el concepto que hoy tenemos de caballero medieval alcanza su desarrollo completo. Su sencillo código de lealtad hacia sus señores, el orgullo de su rango y el valor demostrado en el campo de batalla, se ve ampliado y refinado por la influencia de las damas y la iglesia.
Los caballeros entran a formar parte de una casta especial muy elitista, cuyos miembros se reunían en torneos y justas y se distinguían unos a otros por sus cotas de armas. Todos ellos creían saber como debería comportarse un caballero, y esas nociones se refrescaban cada vez que oían de la boca de juglares y trovadores alguno de los muchos poemas sobre los grandes caballeros del pasado. "Los caballeros del rey Arturo", "La canción de Roldán", "El poema del Mio Cid"... Pero en realidad ninguno era capaz de definir exactamente un determinado código de conducta por el que regirse, aunque sí unos conceptos básicos generales en los que todos coincidían.
El código de conducta
Un caballero además de ser valeroso y leal, debía de tratar de combatir siempre como un cristiano*, apoyar a la iglesia, ser cortés y respetuoso con las damas, proteger a los débiles, oponerse a la injusticia y la opresión, difundir la piedad y la generosidad y luchar siempre por defender el bien y aplastar el mal.
El nuevo concepto del "caballero cortés" se afianza lenta (y desigualmente), en toda Europa:
"Un caballero cortés deberá tener siempre buen aspecto, estar limpio y bien peinado y vestir ropas ricas y hermosas, hablar bien y ser tranquilo y modesto, pero a la vez divertido y alegre. Jamás mostrarse ofensivo, tratar a las damas con especial respeto, saber mantener una conversación amena, y tener buenos modales en la mesa."
El primer tratado de caballería, el "Libro de la Orden de Caballería" fue escrito por Ramón Lull (1235 - 1315) y tuvo una gran difusión siendo traducido a numerosos idiomas. En adelante se escribirían muchos otros más libros sobre el tema, siendo quizás el más conocido de ellos "El Libro de la Caballería" de Geoffry de Charny (1300 aprox. - 1356), hombre considerado por sus coetáneos como uno de los mejores caballeros del momento.
* La ballesta y el arco eran para un caballero, armas prohibidas en la batalla, relegándose su uso a meros utensilios de caza o deporte.
Quedaba también prohibido derramar sangre en suelo sagrado, el uso de armas durante los domingos y las festividades religiosas y sus vísperas, ampliándose posteriormente este periodo desde el miércoles por la noche, hasta el lunes por la mañana. También se incluyen las fechas de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, (ver Paz de Dios y Tregua de Dios), bajo pena de anatema, un grado mas que la excomunión, por el que el individuo es desterrado y maldecido, el anatema además incluye la negación de sepultura cristiana
Caballeros tras la batalla: la conducta para con los vencidos
Siempre hubo clases y en la dura y cruel Edad Media no iba a ser diferente. La suerte corrida por los vencidos, según fuera su extracto social, era bien distinta. Sin piedad para los plebeyos tras la batalla, la cosa cambiaba completamente en el caso de nobles y caballeros, a quienes se trataba en su cautiverio, siempre con las cortesías correspondientes a su rango. Desde una "libertad vigilada" en las propiedades del vencedor, en el caso de los nobles, hasta la prisión en mazmorras, reservada para los simples caballeros.
Para el adversario, en realidad los caballeros capturados eran dignos de respeto, pues en el campo de batalla no habían hecho otra cosa más que cumplir con su deber hacia su señor. Esto excluía todo acto gratuito de aniquilación, (aunque hubo eso sí, sus contadas y sanguinarias excepciones a lo largo de la Edad Media) pero una gran razón, verdaderamente de peso para indultarlos, era la posibilidad de pedir un buen rescate por ellos.
Así pues, ya en la batalla, se tendía a conservar lo que podía ser una fuente de ingresos, con lo que las probabilidades de supervivencia de un caballero, una vez derribado de su montura por lo general, eran bastantes.
El vencedor en la lucha, no era el "propietario" del caballero capturado, sino que debía entregarlo a su señor. Del rescate obtenido por los caballeros, así como del botín de la batalla, se hacían tres partes, una para el rey, otra para los jefes militares y la tercera para la tropa.
Imagen: V Justas de San Jorge, Zaragoza |
El vencedor en la lucha, no era el "propietario" del caballero capturado, sino que debía entregarlo a su señor. Del rescate obtenido por los caballeros, así como del botín de la batalla, se hacían tres partes, una para el rey, otra para los jefes militares y la tercera para la tropa.
Derrota de Poitiers, 1356, miniatura de las Grandes crónicas de Francia |
El importe exigido por el rescate, no siempre iba unido a la calidad del prisionero, sino que bien podía ser el reflejo de la buena voluntad del vencedor. Para el caso de los simples caballeros, no era costumbre pedir grandes cantidades de dinero, a fin de no arruinarlos para siempre. A veces simplemente se limitaban a confiscar su equipo.
Visto lo visto hasta ahora, podrían sacarse conclusiones erróneas sobre lo que supondría ser la figura del caballero de la época.
Los posteriores movimientos romanticistas de tiempos más cercanos, contribuyeron a dotar al caballero medieval de un halo heroico y casi místico bastante alejado de la realidad.
Pero no hay que olvidar nunca que nobles y caballeros fueron responsables de grandes injusticias y crueldades, por acción directa, inacción, o consentimiento, sin importar credo, edad o sexo de las víctimas, haciendo de la Edad Media uno de los momentos más oscuros de la historia de la Humanidad.
R-115
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